martes, 26 de abril de 2016

Confusión, Crispación, Disociación, Indignación, Resignación. ¿Hasta dónde llegará?


Estas palabras asaltan mis vigilias y mis sueños desde hace varios días. No me abandonan, e insisten en regresar a mi mente constantemente, como si quisieran decirme algo fundamental. Decido entonces buscar en Google y explorar que significados arrojan las mismas. Quizás así puedo organizar mis ideas y expresar lo que siento y lo que ellas me quieren decir.
Leo entonces como Confusión se define como incapacidad para pensar con la claridad y velocidad usuales, incluyendo el hecho de sentirse desorientado, y tener dificultad para prestar atención, recordar y tomar decisiones.
Seguidamente busco Crispación y encuentro que se define como acción y efecto de crispar (irritar, exasperar). Nerviosismo y tensión. Peleas frecuentes, discusiones, conflicto. Quien no armoniza con quienes convive contribuye a la crispación. Para evitarla, el consenso, el acuerdo de una mayoría, minimizando los niveles de conflicto.
Por otra parte encuentro Disociación como aquello que describe la desconexión entre cosas asociadas entre sí. Falta de enlace entre pensamientos, memoria y sentido de identidad. Un ejemplo, “a nivel colectivo, un acontecimiento que debería trastornar al conjunto no produce emoción,  hay embotamiento emocional”. La disociación afecta la subjetividad de la persona, sus pensamientos, sentimientos y acciones; se ve a sí misma realizando acciones, controlada por una fuerza externa, está fuera del propio cuerpo, y en un mundo que no es real.
Posteriormente busco Indignación, y encuentro que es un enojo o enfado vehemente contra una persona o contra sus acciones. Ira, irritabilidad, furia. Una reacción espontánea contra algo que se considera inaceptable. Esta emoción puede derivar en acciones organizadas, una marcha de protesta, o reflejarse en una emoción violenta inmediata, como golpes o insultos.
Finalmente, busco la resignación… es la capacidad de aceptar y adaptarse a las adversidades; un acto de sumisión, de mansedumbre, ceder para no causar trastornos. Paciencia y humildad más que cobardía y derrota. Avanzar sin oponer resistencia, adaptándose a las circunstancias. El resignado deja de luchar de la manera habitual para emprenderla a la primera oportunidad y volver a luchar de una manera distinta.
Qué me dicen entonces estas palabras. ¿Por qué me golpean la cabeza y se reflejan en el espejo cada día de forma reiterada e insistente? 
Y me respondo…
En este momento álgido de la vida universitaria estamos inmersos en una película cuyo título podría ser “Reclusos de nosotros mismos”. Autoridades Rectorales incapaces de convocar a su comunidad y ser los lideres que la historia les reclama que sean en este momento tan complicado de la vida académica; estudiantes que viven en una burbuja, insistiendo en culminar el año académico contra viento y marea, incapaces de entender que salvarán su año pero perderán la Universidad; empleados y obreros luchando de forma  desproporcionada por el reclamo de sus derechos; profesores incapaces de vencer la inercia que tienen dentro para dar el paso necesario y vivir el paradigma del siglo que nos toca.
La Academia humillada, pisoteada, vapuleada. Todos los habitantes de esta comunidad transitando de una de estas emociones a la siguiente; galopando en un carrusel que da vueltas y vueltas sobre si mismo, al infinito, cada vez más vertiginoso, cada vez mas urgente, cada vez mas individualista, cada vez mas efímero e intrascendente. Toda la comunidad, frustrados y resignados.
Pero la resignación no acepta que el deseo propio haya sido frustrado. La resignación siempre incluye fijación en lo que no pudo alcanzarse, añoranza por lo que no pudo ser, nostalgia que nos deja detenidos en un marasmo que no nos permite comprender  que somos reclusos de nuestra incapacidad de defender adecuadamente lo que consideramos justo y honorable. Impotencia para expresar nuestras necesidades; debido a ello y por omisión nos adherimos al deseo de los otros y al perder nuestro raciocinio, nos ajustamos a la iniciativa de otro, no importa quien, todos caemos en lo mismo.
En base a este análisis siento entonces que es imperioso que quienes hacemos vida en la Universidad  comprendamos que nuestros problemas son compartidos, nuestros reclamos son justos y nuestras luchas deben ser firmes y honestas, y actuemos en consecuencia. Más sin olvidar que somos una comunidad plural donde las individualidades de las luchas se deben entender y aceptar  de forma consensuada, nunca bajo el dominio de la violencia, el amedrentamiento, la dominación.
El momento histórico que vivimos nos lo exige. Necesitamos Autoridades Rectorales que den la cara a quienes convivimos en este recinto y valientemente nos informen de lo que sucede y nos convoquen dentro de la pluralidad que somos, a defender la institución. Necesitamos estudiantes comprometidos con sus estudios pero apropiados del concepto Universidad como el ámbito que les permitirá ser los profesionales de esta Venezuela nuestra. Necesitamos empleados y obreros orgullosos trabajadores Ucevistas, capaces de defender con honor y respeto sus derechos. Necesitamos profesores que rasguen su inercia interna y la traspasen para dar un paso al frente y colocarse codo a codo al lado de estudiantes, trabajadores y autoridades rectorales.  Exigir y conseguir los recursos humanos, monetarios y civiles  precisos para realizar su labor.
Necesitamos de una comunidad que avance en defensa de la Institución que por tantos años y a cada uno de nosotros nos ha dado su vida como una madre lo hace con sus hijos.
Nuestra Alma Mater lo requiere y lo demanda. Ella lo merece por su trayectoria histórica. Esa misma historia nos reclamará no haber procedido en el momento adecuado.
Alicia Ponte Sucre, Junio 2012

domingo, 7 de febrero de 2016

No hay reactivos… ¿Y a donde puedo ir?

Por la Profesora Alicia Ponte-Sucre

     Estoy en cualquier laboratorio de bioanálisis del país, el mismo puede estas en una clínica, en un hospital, en la universidad, ser grande, pequeño, privado, público, nuevo, de tradición, escoja el que Ud. Quiera de este abanico de opciones.
     Leo en el vidrio que comunica a las secretarias con los pacientes que vienen a atenderse lo siguiente: No hay PT ni PTT. Estos son exámenes que permiten saber cómo está el tiempo de coagulación del paciente. Los mismos se requieren como parte de los exámenes preoperatorios, imprescindibles para calcular el riesgo de sangramiento del paciente durante la intervención quirúrgica.
      Uno pensaría, ok, mañana llegan estos reactivos.
     Pero al escuchar la conversación de cada paciente que llega -con las secretarias- me percato de que, por ejemplo, a la pregunta de “necesito hacerme el perfil de hormonas femeninas” la respuesta es… no hay reactivos; o, necesito hacerme una curva de tolerancia glucosada pues sospechan que tengo diabetes, la respuesta de nuevo es no hay reactivos; o, quiero hacerme el antígeno prostático para mi control anual, la respuesta es no hay reactivos, o, mi bebé de siete meses tiene diarrea y necesito hacerle un perfil 20 y un examen de heces ampliado, la respuesta de nuevo es no hay reactivos.
     Así, con el 60-70 % de los exámenes considerados de rutina, olvídese de los especiales.
   Una letanía nefasta donde se entrelazan las suplicas de los pacientes al solicitar el servicio y la réplica monótona y oscura de las encargadas de atenderlos, quienes parecen tener en sus manos la cuerda que puede o no soltar la afilada hojilla de una guillotina sobre la cabeza de los pacientes.
     La situación es comparable a estar al borde de un precipicio. La respuesta a la pregunta resuena y se traduce en eco en las paredes del recinto, y en los oídos aturdidos de cada persona que sale del laboratorio: cabizbajo, con un semblante sombrío, desesperado, y desesperanzado por la angustia de la necesidad de un diagnóstico.
Se lee en cada expresión la misma pregunta…
    - ¿Y ahora, a donde puedo ir?
   -¿Y dónde ocurre esto? Se preguntará el lector. Debe ser un lugar muy remoto o que ha sufrido recientemente una catástrofe natural.
     Mas no, es ahí, cerca de Ud. En cualquier ciudad de Venezuela. Tan terrible es la situación de diagnóstico y medicamentos en el país, que se ha acordado declarar una “crisis humanitaria” en el sector salud.
     Pero, qué significa crisis humanitaria. Wikipedia nos dice: Crisis humanitaria es una situación de emergencia en la que se prevén necesidades masivas de ayuda humanitaria en un grado muy superior a lo que podría ser habitual, y que, si no se suministran con suficiencia, eficacia y diligencia, desemboca en una catástrofe humanitaria.
      Y seguimos leyendo: Surge por el desplazamiento de refugiados o la necesidad de atender in situ a un número       importante de víctimas de una situación que supera las posibilidades de los servicios asistenciales locales, bien por la magnitud del suceso, bien por la precariedad de la situación local.
      - ¿Pero cómo, en Venezuela?, pensará Ud., debe haber una equivocación, seguro. Eso es una contradicción.
     Lamentablemente no es una equivocación, Venezuela está en crisis humanitaria, así es. Y reflexiono entonces en el significado semántico del concepto.
     En sí una crisis es una catástrofe, un cambio crítico, muchas veces inesperado. Y humanitaria se refiere al bien del género humano; beneficioso; o que tiene como finalidad aliviar los efectos que causan las calamidades en las personas que las padecen. Una contradicción lingüística. ¿Cómo entender este término? Es una expresión paradójica, una elipsis, con un elemento implícito que sólo si lo ubicamos podemos entender lo que significa el término.
     El que en Venezuela cerca del 70 % (o más) de los exámenes de laboratorio no se puedan realizar porque no hay reactivos disponibles, encarna una de las imágenes de la crisis de salud que vivimos y que precisa de ayuda humanitaria. Mas cuál sería el elemento implícito que falta en la definición de esta crisis humanitaria de salud que sufrimos en Venezuela para poder comprenderla.
     Quizás la conversación interna que cada paciente que termina el via crucis diario de buscar donde hacerse los exámenes tendrá consigo mismo, podrá darnos luces. Lo imagino aturdido, no comprende lo que ocurre, siente una disociación entre lo que escucha que él representa para quienes rigen los destinos del país y lo que vive diariamente, su experiencia diaria. Allí está la elipsis, en la carencia de reconocimiento que como individuo tiene ese paciente en Venezuela, en la ausencia de respuestas que existen a sus derechos, en la supresión sistemática de su DIGNIDAD (con mayúsculas) con cada respuesta negativa que recibe, sus derechos son una entelequia.
     Cada vez que uno de nosotros escucha esas nefastas palabras, no hay reactivos, se prende una señal de alarma, se implanta un dolor que perdura, un desasosiego de impotencia que nos destruye, porque la crisis si es de salud, pero también es moral.
    Estoy convencida de que para superar esta crisis humanitaria es fundamental que las soluciones se basen primero que nada en el reconocimiento y la aceptación del otro (de cada uno). Que se respeten los derechos elementales de todos que son inalienables, entre ellos la salud. Por ello es ineludible que cada habitante de este país nos convenzamos de que todos estamos obligados a ejercer los mecanismos y capacidades que como seres humanos tenemos para resolver los conflictos que en la cotidianidad del ejercicio de la vida diaria se hacen inevitables. Entre ellos exigir a nuestras autoridades cumplir las leyes y mandatos que nos rigen, de forma imparcial, para así lograr nuestra convivencia y respeto mutuos.

     La crisis que vivimos tiene un cimiento fácil de resolver, si lo hacemos con la voluntad para comprender que todos somos Venezuela y que la diversidad nos hace ricos y que las diferencias en las visiones de vida nunca pueden estar por encima de la necesidad de resolver los retos que tenemos como sociedad, entre ellos la salud. Pongámonos en ello, la historia no perdona.