lunes, 27 de agosto de 2012

Perplejidad





Hoy es domingo, 26 de agosto.


Como cada domingo, al despertarse, mi esposo fue a comprar el periódico.

Parece un domingo normal y habitual como cada semana; con esa dulce rutina de reservarnos la mañana para nosotros, y en la tranquilidad de nuestro hogar leer con calma el diario, acompañado de un buen vaso de jugo, seguido de un café. Leyendo en silencio, con la certeza de la compañía de alguien muy querido sentado cerca de ti. De vez en cuando estiras la mano y acaricias con amor esa otra mano que tiene tantos años acompañándote, tomándote para protegerte y acariciarte, para besártela con dulce ternura y pasión.

Pero no es un domingo normal, es la culminación de una semana en la cual el país sangra por todos sus costados. Desde que comenzó, cada día las noticias han ido de mal en peor; se cayó el puente de Cupira debido a la desidia en su mantenimiento y el mal uso del mismo por vehículos no autorizados a cruzarlos; en la cárcel del Rodeo ocurrió un episodio (ahora frecuentes en estos recintos) de secuestro de la pernocta, de presencia de madres, hijas, hermanas y esposas en las puertas del retén, desesperadas por saber del paradero de sus familiares reclusos; una semana de lluvias implacables, que al golpear un pavimento poco atendido y mantenido destruyeron  las vías y carreteras del país; una semana donde los expertos de la Universidad del Zulia han reiterado la necesidad que hay de atender el estado de la infraestructura del Puente sobre el Lago de Maracaibo, el cual no recibe mantenimiento desde no sabemos hace cuantos años;  un domingo cuyo sábado amaneció con una terrible explosión en la refinería de Amuay, estallido que se tradujo en medio centenar de personas muertas y un centenar de personas heridas, muchas de gravedad.

Y estas noticias sólo hablan del deterioro físico de uno de los países con mayores recursos en toda Latinoamérica, no incluyen más que eso. Noticias de un país donde queda el polvo reseco que se levanta con el viento, y al golpearnos nos molesta en los ojos.

Pero hay cosas adicionales que hacen que este no sea un domingo corriente. Hemos tenido varias celebraciones desde el viernes. Cenamos en casa de nuestros grandes amigos los Paz, donde compartimos momentos maravillosos y de inmensa cultura con ellos y nuestros amigos los Pérez y los Martínez. En un orden de ideas similar, estuvimos en la boda de mi sobrina Antonia con el hijo de mi entrañable amiga Federica. Una celebración fastuosa y llena de afecto, por la inmensa cantidad de amigos y conocidos que quisieron acompañarnos a celebrar tan magno evento, por la generosidad de los padres al ofrecer una fiesta fabulosa. Una ceremonia eclesiástica preciosa, aderezada con música de cámara y coro espectaculares, con gran participación de la familia y seres hermosos rodeándonos por todas partes.
  
Más otro lugar común no nos abandona en esos momentos de alegría, el espectro de la inseguridad, otro de los males de estos aciagos años en Venezuela. El viernes celebrábamos que a nuestra amiga Ana le habían arrebatado el carro a mano armada, mas no la habían aporreado. Frente a la hermosura de la decoración de la fiesta de matrimonio, límpida y primaveral, cuatro  caballeros muy serios y vestidos de forma muy cerrada chequeaban en cuatro computadoras a cada uno de los invitados que llegaba. Su labor, constatar quienes eran y evitar que personas con pocos escrúpulos quisieran adentrarse en la celebración  que no les correspondía.

Una negación detrás de otra. Una perplejidad que te golpea de lado y lado; pero al igual que los porfiados, volvemos a levantarnos.

Como guinda del helado, hoy mi esposo viajó. Inicialmente yo lo iba a llevar al aeropuerto como tengo casi 30 años haciendo. Después de muchas indecisiones, resolvimos que no lo iba  hacer, se fue en taxi. Las razones, y si llueve y te quedas atrapada en un barrial, y si te asaltan, y si, y si, y si…

Somos un país que vive de contradicción en contradicción. Parece que delante de nosotros tuviésemos un espejismo (una tierra arrasada, donde no quede piedra sobre piedra), que confiamos se desdibujará al llegar al Oasis. Caminamos por el desierto en el cual se está transformando Venezuela con la esperanza de llegar a ese Oasis, esa pausa en el camino, lugar hermoso, con un lago azul y peces de colores retozando en el agua, mientras las palmeras peinadas por la brisa se admiran y reflejan en el espejo del agua. Un lugar de tranquilidad y regocijo, de prosperidad y progreso. Más no, mientras recorremos el espacio que nos separa de ese lugar de tregua, observamos con terror como el Oasis se aleja y no logramos alcanzarlo, se desvanece en el horizonte.

En medio de este marasmo y perplejidad, nos encontramos inmersos en la sensación de  haber perdido el camino y sentirnos confusos, desconcertados. Perplejos ante la encrucijada que significa el momento actual de nuestra Venezuela, los ciudadanos de este (ex) país somos criaturas que mantenemos una ilusión, “algún día tendremos un país mejor”. Nos vemos cada mañana en el espejo y nos decimos cada día, hoy daremos otro pequeño paso para alejarnos de la incivilidad, de la barbarie. Esta esperanza no la perdemos a pesar de que la realidad de lo que vivimos nos golpea incesantemente y nos deja sumidos en una inmensa tristeza. Somos seres valientes, con nuestra reticencia a entrar en conflictos flagrantes, con nuestra terquedad en querer enderezar a fuerza de civilidad el cauce de este país adolorido, con el convencimiento de que la valía de la sociedad podrá persuadir a los gobernantes y políticos de la necesidad que tienen de escucharnos y aprender de nuestra sabiduría.

Frente a la exclusión, Venezuela demanda inclusión. Frente a la violencia social, jurídica y personal, Venezuela exige interacción humana que se manifieste en solidaridad, profesionalismo y confianza en el otro. Frente al concepto de Patria, confrontamos el concepto de Nación, como aquel territorio poblado de venezolanos atentos, exigentes con el desempeño de cada uno y dispuestos a trenzar el Sebucán colorido que significa tener un terruño al que pertenecemos.

Escribo estas líneas conmovida por las tragedias que hemos vivenciado esta semana, que no hacen sino sumarse a las muchas que hemos presenciado en los últimos meses y años.

Venezuela merece un futuro en el cual el país esté armado retazo a retazo como un rompe cabeza, pero con zurcido invisible. Donde las heridas sanen, la venezolanidad se transforme de nuevo en el lugar común y la sonrisa sea la forma de recibir de nuevo a todos los que nos rodean.

El Oasis no debe escapársenos más nunca, luchemos porque este sea de los últimos meses de agosto donde vivenciemos situaciones tan dramáticas como las ocurridas. 

Dra. Alicia Ponte Sucre