*Esta frase de un artículo escrito por Rafael Cadenas,
denominado “¿Venezuela? Venezuela me hace falta”, es lapidaria. En él, nuestro
ilustre poeta nos guía por las latitudes, meridianos y paralelos donde los
venezolanos han ido a parar buscando trabajo, seguridad, salud, respeto,
futuro, éxito, educación… y siga Ud.
En el área académica universitaria venezolana, esta dramática
realidad conduce al desmantelamiento de la Educación Superior, como institución
en el país. Cada profesor que decide emigrar representa la merma del recurso
humano, y el malgasto de las horas de estudio y formación, y de los recursos
económicos invertidos en la preparación de ese personal humano, que ya no está,
se fue.
Esta tragedia del país no es nueva. Empezó en 1984 a
raíz de los avatares vinculados con el viernes negro, y posteriormente las
situaciones vividas en los años 1989, 1992, 1995…; comenzó a agudizarse a
partir de 1995 con los sucesos económicos de ese año; se convirtió en un
síndrome a partir de 2004, y desde 2010 empeoró aún más: se incorporaron
estudiantes al grupo de personas que decidieron y deciden emigrar, y lo logran.
En conclusión, entre 1958/1999, e incluso antes, Venezuela fue primariamente un
país receptor de migraciones; hoy en día es un país exportador de recursos
humanos de calidad, entre ellos académicos y profesores universitarios. Una
diáspora intelectual importante. Esta circunstancia ocurre además en una
circunstancia donde a nivel mundial existe un problema global de
desempleo. Aproximadamente 1.2 millardos
de jóvenes entre 15 y 20 años están
desempleados; de esos, 1,0 millardo vive en países en vías de desarrollo (Ivan de la Vega, Foro Éxodo del Capital Humano del País,
23.10.2014, Egresados UCV y Fundavac).
Por otra parte, en los últimos 15 años, los recursos
que ingresaron al país triplican los que se recibieron en los 40 años
anteriores. Sin embargo, para 2012 y según
el WEB Global Competitive report (www3.weforum.org/.../WEF_GlobalCompetitivenessReport_2013-14.pdf), Venezuela ocupa el puesto 138 de 148 países, en los
índices de competitividad a nivel mundial. Las razones, las instituciones (posición
148/148), la infraestructura (posición 125/148), el ambiente macroeconómico (posición
143/148), la educación primaria y salud (posición 83/148), la calidad del
sistema educativo (posición 123/148). En este contexto es difícil comprender
por qué para el 2015 los recursos asignados a las universidades, y a la
educación en general, caen de forma estrepitosa; los números absolutos no son
relevantes, si lo son las circunstancias en las cuales esto ocurre.
Pareciera entonces que el decir “La educación es
prioridad del Estado” es un cliché, desgastado por demás. Afianzado por el
hecho de que la importancia de la actividad académica para los Estados (léase
países) se expresa en la proporción que representan los académicos del total de
la población productiva, y el respeto que se merecen. En nuestra Venezuela
desperdigada por el mundo, muchos países han acogido a esos personajes que localmente
se están transformando en leyenda.
Quienes deciden emigrar colocan en una balanza sus
expectativas de vida, hacen preguntas claves: ¿Tengo familia? ¿Tengo un
compromiso con ella? ¿Cómo puedo darle sentido a mi vida y desarrollar un plan
que me permita vivir productiva y apaciblemente? ¿Dónde estaré dentro de 3, 5,
10 años si me quedo en el país? ¿Cómo cumplir mis labores universitarias cada
día con menos recursos?
Es decir, la preservación del capital humano, el
capital estructural y las relaciones que ese capital humano fomenta y logra,
tanto en el ambiente local como en el internacional -representado por los que
se dedican a la academia-, están en peligro de extinción. Como corolario el
buen funcionamiento de las instituciones educativas, y la consecución de sus
objetivos en relación a la preparación del recurso humano, fundamental para la
productividad del país, están en franco declive.
Se nos argumenta que la investigación académica debe justificarse
cada vez más en el «contexto de su aplicación» y su utilización. Este argumento,
limita la selección de temas de
investigación, los métodos, los tiempos y las oportunidades, cada día más
frecuentemente fijadas por entes extrauniversitarios con intereses diversos en relación a la generación
del conocimiento. Esto afecta a la investigación en general, que bajo estos
cánones debe ser utilitaria. Como corolario, la academia venezolana está cada
día en una posición más marginal en el ámbito de la comunidad académica
internacional, y su capacidad de integrarse en el «tejido de aplicación de lo
investigado», es cada vez menor, cada vez más grande la brecha hacia el
desarrollo.
Este panorama deja en entredicho dos máximas que
permitieron el desarrollo de nuestro país en épocas pretéritas: la Educación Superior
es garantía de mejores ingresos, y es el mecanismo más potente de movilidad
social.
Como académicos estamos de paso, las instituciones
quedan. Es nuestro deber luchar por fortalecerlas y hacerlas impermeables a los
avatares económicos, políticos y sociales, que son amenazas constantes que se
ciernen sobre las mismas. Por ello, incluso en las actuales circunstancias, los
que nos consideramos académicos debemos propiciar espacios de reconstrucción
del dialogo, del capital humano y de los recursos de funcionamiento de la
universidad y del país. Para ello es fundamental que la universidad tenga y
retenga a académicos calificados en número suficiente para constituir una masa
crítica que confronte sus ideas, con seriedad y respeto, primero entre ellos
mismos y luego con la sociedad. También es preciso que los sueldos sean
competitivos, y las condiciones de trabajo sean idóneas y dignas del rol que nos
toca jugar en la sociedad.
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